«La ventura va guiando nuestras cosas mejor de lo que acertáramos a desear; porque ves allí, amigo Sancho Panza, donde se descubren treinta o pocos más desaforados gigantes, con quien pienso hacer batalla y…»
EL QUIJOTE. Cervantes
Clarin
«La heroica ciudad dormía la siesta. El viento sur, caliente y perezoso, empujaba las nubes blanquecinas que se rasgaban al correr hacia el norte. En las calles no había más ruido que el rumor estridente de los remolinos de polvo, trapos, pajas y papeles que iban de arroyo en arroyo, de acera en acera, de esquina en esquina revoloteando y persiguiéndose, como mariposas que se buscan y huyen y que el aire envuelve en sus pliegues invisibles días…»
LA REGENTA. Clarín
Pemán
«Tú clara y fina, un poco genovesa y un poco peruana, toda vestida, sin engaño, de esa blancura lisa y llana de la cal de Morón; tú, blanca y pura, tú eres la señorita del Mar, novia del Aire; la que no necesita del colorín para que su donaire encele mar y cielo; con tu falda de vuelo plata, verde y azul, y la sencilla gracia de tu pañuelo de seda y espumilla sobre el talle flexible de palmera.»
PIROPO A CÁDIZ. Pemán
Delibes
«En las tardes dominicales y durante las vacaciones veraniegas los tres amigos frecuentaban los prados y los montes y la bolera y el río. Sus entretenimientos eran variados, cambiantes y un poco salvajes y elementales. Es fácil hallar diversión a esa edad, en cualquier parte…»
EL CAMINO. M. Delibes
Concha Espina
«Piensa sólo en tu madre, respondió el caballero, los padres de ocasión somos siempre unos cobardes…,unos viles. ¡Ellas, las madres sí que son valientes en casi todas las ocasiones!»
LA NIÑA DE LUZMELA. Concha Espina
Juan Noriega
«Oscurecía ya cuando Asier, alejándose del bullicio, se fue a sentar en mitad de la pradera donde el rocío comenzaba a humedecer las hierbas. En el claror vespertino apuntaban apenas las estrellas. Asier alzó los ojos y siguió con la mirada la Vía Láctea que cruzaba en diagonal el cielo. Comprendió entonces que había encontrado su senda y que aquellas lejanas esperanzas se habían hecho realidad…»
EL OKUPA. Juan Noriega